El escritor estadounidense Ray Bradbury cuando trazó su novela, seguramente no se imaginó el gran éxito que supondría su adaptación a la gran pantalla. De la mano del prestigioso director francés François Truffaut, Farenheit 451 cobró una nueva dimensión en el ámbito de las películas de ciencia ficción.
El argumento en el que se apoya Farenheit resulta de gran interés ya que presenta una sociedad vacía y manipulada por los medios de comunicación. Montag, un bombero encargado de quemar libros prohibidos por el gobierno, se ve inmerso en conflictos que a mi parecer le sobrepasan. Una historia inquietante y lúcida donde el disciplinado bombero aparece sumido en un drama de elección. Por un lado intenta poner en orden su corazón ya que se siente atraído por una maestra, similar físicamente a su esposa, que le muestra lo maravilloso del mundo de la literatura. Y por el otro, aparecen enfrentados su seguridad personal con la libertad intelectual que le proporciona el nuevo mundo que acaba de conocer de la mano de la maestra. Un mundo donde las personas piensan por sí mismas y defienden el verdadero lenguaje en una sociedad despersonalizada.
Truffaut consigue en el año 1966 llevar a cabo una adaptación bastante fiel a la novela y sorprender a todos los espectadores con nuevas fórmulas narrativas más espontáneas como zooms inesperados, desencuadres e imágenes tan impactantes como una apocalíptica muerte entre llamas. Todos los efectos son pocos para dejar patente el amor por los libros y la literatura que resume este film. De todos modos, la puesta en escena de la película está bastante cuestionada. Hay quien opina que es espectacular y contundente mientras que también hay otros que la ven deplorable. Quizá sea que, Farenheit 451 no es una obra perfecta, pero que sin duda consigue lo que pretende; concienciar a la sociedad y hacerla ver que los libros, la música, el teatro, el cine, el lenguaje y todo lo relacionado con la cultura es un legado que tenemos en nuestras manos y que estamos obligados a aprovechar y a cuidar.
En cualquier caso, al ver esta película, es inevitable pensar en los tiempos actuales. Lo que Truffaut adapta en el año 1966 parece un presagio de lo que hoy en día estamos viviendo, una pérdida acelerada de pasión por la lectura. El siglo XXI es el siglo del desarrollo tecnológico donde el campo audiovisual poco a poco va absorbiendo al mundo de los libros y de la cultura del papel. Incluso me puedo aventurar a decir que se está perdiendo el valor de la palabra escrita. Los jóvenes, por poner un ejemplo, se ven impactados a diario por bombardeos audiovisuales que hacen que el desinterés por la lectura en estas edades sea un hecho. Como bien he dicho antes, lo único que tenemos que hacer es concienciarnos en mayor medida del patrimonio cultural con el que contamos. Una herencia que debemos cuidar, pero que también debemos aprender a sacarle el mayor partido posible. Para Truffaut la cultura siempre ha sido un tema por el que preocuparse, esperemos que para la sociedad actual se convierta en algo similar.
451 grados Fahrenheit es la temperatura a la que arde el papel. Un título que ni el mismísimo Truffaut podría haber elegido mejor para resumir lo que tanto en la novela como en la película se narra de forma extraordinaria.
Lara Franco Andrés
